10 de mayo de 2017

Mis maestros involuntarios


En la vida de cada uno de nosotros siempre ha habido maestros. Unos vienen impuestos, sus enseñanzas nos llegan por razones de sangre, convicción o simple casualidad: todos procuramos asimilar lo que nos enseñan, agradecerlo -tantas veces lo que nos transmiten tiene su origen en el amor que nos procuran- ... y cuando es preciso lo modificamos o adaptamos a las circunstancias y a la inevitable evolución del tiempo. Hay maestros que se atribuyen tal condición y pretenden "encajarnos" sus pensamientos con mayor o menor tenacidad y, a veces, autoritarismo ... maestros que tal vez se creen que lo saben todo y deberían dedicar más tiempo a aprender sobre la naturaleza humana.

Pero también hay maestros involuntarios, personas que nos enseñan sin pretenderlo, que regalan esas lecciones impagables que se dictan desde la humildad, la sencillez, la naturalidad. Gente que te tropiezas incluso accidentalmente, que con una palabra, un acto de servicio, una atención amable, ... una simple sonrisa sincera, ... son capaces de mostrarte un modelo de vivir, de orientarte hacia el bien, de desear decirles, aunque sea interiormente, en silencio: tu modo de actuar me ayuda a ser mejor.

Me he tropezado con muchos y muchas de éstos, y a veces me gustaría decirles, al oído, bajito, sin grandes aspavientos, "¡gracias!, ¡qué suerte tuve de encontrarme contigo!!!" ... "¡¡Cuanta luz eres capaz de dar sin creértelo, sin andar de divo!!".

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